Silvia Distéfano:
23/10/2011
No es inusual que la juventud crea. Creer no se hace extraño, parafraseando a Serrat, cuando se tiene sed de veinte años, y pocas penas y el alma sin medias suelas.
La juventud cree por primera vez. Lo extraño es volver a creer, como lo noto en los “supra cincuenta”. Los que nacimos, como la presidenta, allá por el 53, 58…
Tener 15 años en 1973.
Hacía seis años que habían asesinado al Che.
Ese año el imperio huía derrotado de Vietnam.
En 1973 los países árabes se ponían de acuerdo para elevar el precio del petróleo, causando la primera gran crisis en las economías dominantes después de la posguerra.
1973. Elecciones después de la dictadura de Onganía – Levingston – Lanusse.
Ganaba Cámpora. Los presos políticos liberados por sus propios compañeros. Volvía el general.
Era difícil no creer.
¡Fue tan, pero tan, pero tan corto!
Después, un silencio devastador. No era un silencio calmo, que se disfruta. Era un silencio tenso, de grito contenido. Era un aullido silenciado. La boca contra la almohada, los dientes apretados, los labios mordidos.
Todos sabíamos. Todos teníamos el miedo de hablar, la conciencia de callar. Ninguno de nosotros podría dejar de verse, en esos días, actuando, dejándose mover por unos hilos que se quería creer que era la vida.
Y había una costumbre de callar. Salvo unos pocos, mirados con estupor y admiración, a quienes algunos les ofrecíamos el corazón, pero en silencio. Vino una guerra increíble. Parecían mentira las adhesiones. La gota que rebasó, por fin, el vaso.
Después del inicio de la democracia recuperada, el juicio a las juntas, las sublevaciones militares, el golpe de estado económico, el final de Raúl Alfonsín, asume Menem, las privatizaciones, los indultos. Lo poco que se había recuperado, arrebatado de un plumazo, ante la indiferencia de todos, mayor que la provocada por los crímenes de la dictadura, porque entonces ya se podía disentir.
Un fantasma recorría la Argentina: el neoliberalismo. Y se veía caer al Estado, sin entender cómo: se vendió todo, el trabajo de una generación pasado a manos privadas, contratos ruinosos, con corruptos que se enriquecieron de manera escandalosa.
Y ahí una se dio cuenta de la magnitud de la derrota. Ya pasó, ya fue. No hay más golpes, porque un gobierno “democrático”, incluso reelegido, hacía lo que había estado a cargo de unos militares al servicio de los poderosos. Ya está, lo lograron.
¿Qué hacer? Seguir. Evitar formar parte. Sobrevivir al margen. Tratar de no caerte económicamente, también. Porque el resto ya estaba por el piso. Y bueno, la vida es esto. Siempre le tirabas un mango al que te pedía en la calle. Pero eran, dos, cuatro en cada esquina. Gente que comía de la basura. El centro era intransitable. Perder el trabajo era la muerte civil. Y esto no comenzó en 2001 sino en el ’94. La “gente” dejaba, contenta, su trabajo en las empresas privatizadas, y usaba la indemnización para poner negocios y venderles a los que iban quedándose sin trabajo. Todos hacia el precipicio, como ratas tras el flautista de Hamelin.
Era el fin de la historia. El discurso único. Sin fisuras. El “primer mundo”.
2001 lo conocemos todos, los “supra 50” y los “sub 30” también. Un desgarramiento final, a la vez que el renacimiento de una esperanza. Eso era el fondo, sólo quedaba salir. Ese año y pico, desde diciembre de 2001 hasta mayo de 2003, era como flotar entre nubes. Vivir el día, más no se podía.
Cuando Néstor Kirchner queda con el gobierno porque Menem se baja (no nos olvidemos que Carlos Saúl Menem ganó esas elecciones, después de todo eso, la mayoría de los argentinos lo votó), dio un discurso en el Congreso que, cuando leemos hoy, vemos en toda su profundidad, pero que en ese momento, para muchos, fue un discurso más.
Y empezaron las sorpresas. Derechos humanos, desendeudamiento, nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final, la mirada hacia América Latina, no al ALCA. Ups. El discurso se correspondía con la realidad. La economía volvía a ser “economía política”.
Y veías a dos personas, con el mismo trayecto, con las mismas épocas de gritos y de silencios que vos habías tenido. Que se habían movido en los espacios que se iban abriendo, así como vos habías hecho, pero sin dejar que la llama se apagara, manteniéndola al abrigo de la mano, contra el pecho, casi exangüe por momentos, pero encendida. Y veías a dos personas que se emocionaban por lo mismo que vos, capaces de sentir profundamente las mismas causas. ¿Creer otra vez?
Agradablemente sorprendida. Así me veía yo. La sorpresa era que empezaba a creerles. Pero mirá que no hace esto, no te das cuenta de que le falta lo otro. Y sí, respondía, pero empezó con el 22% de los votos. Ahora, cuando asuma Cristina, con mayor apoyo popular, van a profundizar.
Mi diagnóstico fue acertado, pero a la primera medida que tendió a profundizar un poco, salió “el campo”. Qué divisoria de aguas, 2008. Cuántos terminamos de convencernos en ese año. Y con todo lo que vino después. Reestatización de las AFJP, de Aerolíneas, Ley de Medios. Que pase una crisis mundial por la puerta y Argentina tan campante…
Y la política, por todos lados, en la economía, en la ciencia y la tecnología, entre los intelectuales, los actores, los jóvenes… La política dueña y señora, pero de la buena, la que quiere transformar, la que quiere que todo el mundo la maneje, la que crea conciencia. La política que se abre paso entre la manipulación, los acuerdos a espaldas del pueblo, los grupos dominantes.
Y la derrota, esa que se había sentido tan profunda y tan total, como desvanecida en el aire. Y nos paramos, mirándonos las rodillas raspadas, sacudiendo la tierra. Mirar a los costados, ver sonrisas y confianza, creer. Mirar enfrente, ¡ay! No tienen argumentos los de enfrente. Tienen que desnudar lo que pretenden y no pueden, entonces se enredan en un cúmulo de incoherencias, de idas y vueltas que los ponen bien a la vista como lo que son, defensores de lo indefendible, de lo que sólo puede imponerse con la manipulación y la mentira.
Por todo esto los “supra 50” tenemos el mismo asombro, el mismo agradecimiento de estar viviendo algo que ya no esperábamos vivir. Cuando ya tenés más pasado que futuro, no esperás estos regalos de la vida. Y el asombro de volver a creer es más que un regalo, es un milagro.
lunes, 24 de octubre de 2011
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Silvia, he leido tu carta letra por letra, un resumen realmente exquisito de todo lo vivido y los sentimientos que nos movian o paralizaban, es algo tan fuerte lo que se siente que yo casi me quede sin palabras. Te agradezco profundamente este comentario. hebe de torcuato
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